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Redescubriendo los placeres de l

Redescubriendo los placeres de l

作者: juancax | 来源:发表于2017-11-07 00:33 被阅读0次

    No recuerdo cual fue la última vez en

    que decidí auto complacerme, pero ya hacía años. Ya en mi época de

    casada y luego con la llegada al mundo de mis hijos, perdí por completo

    esa conducta tan íntima y personal.

    Con las responsabilidades tanto

    profesionales como familiares, acompañado de las relaciones sexuales de

    dos casados enamorados, me hicieron abandonar este tipo de prácticas.

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    Ahora, pasado un tiempo largo, parece

    ser que mis circunstancias han cambiado y de nuevo ha vuelto a rondar

    por mi cabeza, no sé por qué ni como, la autosatisfacción.

    Me llamo Mónica y soy delgada aunque con

    algunas curvas y bastante alta. Tengo el pelo largo, a la altura un

    poco más que los hombros y castaño. Voy a cumplir 48 años a finales de

    mayo y llevo desde los 29 casada con David, mi marido, con el que tuve

    un hijo y dos hijas. El mayor tiene 18 y está en la universidad y las

    dos pequeñas de 16 y 15, en el instituto.

    Yo he trabajado siempre en salones de

    belleza, lo que se conoce como estaticen, y mi marido es comercial de

    una empresa alimenticia, además de que desde 2004 había creado una

    inmobiliaria con otros socios. Por mi parte, en los años de dificultad

    económica me despidieron del centro de belleza en el que llevaba

    trabajando unos cuantos años, pero la verdad es que no nos afectó en

    gran medida porque a mi marido le ascendieron en la empresa alimenticia y

    en la inmobiliaria ganó bastante dinero antes de la burbuja

    inmobiliaria. Ahora creo que venden mayormente viviendas que tienen los

    bancos.

    Yo por mi parte, al no hacernos falta

    dinero, mi labor ha sido la de ama de casa. La verdad es que mi marido

    trabaja mucho, tanto que parece que con el tiempo dedica cada vez menos

    tiempo a su familia, y en lo que respecta al sexo, la verdad es que ha

    bajado la frecuencia con con respecto a los primeros años. Antes incluso

    había semanas que lo hacíamos todos los días, luego pasamos a hacerlo

    un par de veces a la semana que terminaron por ser los fines de semana.

    Ahora, en los últimos meses, solo algunos sábados y poco más.

    El alega que el trabajo le consume y que

    cuando llega a casa ya no tiene ganas de hacer nada y la verdad es que

    tiene razón, siempre está con el trabajo para arriba, trabajo para

    abajo, que si suena el móvil cada dos por tres etc. Yo se lo agradezco

    enormemente pero de esta forma no disfruta de la familia.

    Yo no es que sea una viciosa del sexo,

    pero de vez en cuando pues si he tenido necesidades sexuales y he

    disfrutado bastante con ello. Quizá ahora esa necesidad que David no me

    la cubría, la necesitaba satisfacer por mis propios medios. Además,

    pienso que como siga la cosa así, terminaremos sin tener vida sexual.

    De pequeña, recuerdo que con 16 o 17, me

    encerraba algunas veces en mi cuarto y descubría mi cuerpo, tocándome,

    acariciándome… aprovechando las duchas o en el baño para quedarme un

    rato a solas y disfrutar de mí misma.

    Ahora volvían a mi mente todos esos recuerdos de mi adolescencia, coincidiendo con éste periodo de mi vida.

    Recuerdo un miércoles que regresé de

    comprar del supermercado y decidí ducharme antes de hacer la cena. Ese

    día llevaba unas bragas tan ajustadas que al roce con mi zona íntima,

    hizo que mi excitación por la tarde fuese más alto de lo normal.

    Recuerdo que llevaba más de dos semanas sin sexo por lo menos.

    Me saqué el suéter y me bajé los

    vaqueros. En ese momento me percaté de la humedad que se había originado

    en mi entrepierna y se reflejaba en mis bragas con una manchita oscura

    sobre la tela rosa.

    Realmente estaba excitada y si hubiese

    tenido a David cerca, le habría obligado a darme un buen repaso, pero no

    estaba, llegaría tarde como siempre y sin ganas de hacer nada. Terminé

    de quitarme la ropa interior y me metí en la ducha. Me fijé en mis

    labios vaginales y estaban colorados, hinchados y muy sensibles al más

    mínimo roce. Mi vello púbico también parecía humedecido. Siempre lo he

    solido llevar recortado.

    Primero me hice un moño en el pelo y

    luego entré. Cuando el agua empezó a caer por mi cuerpo, éste se

    estremeció por su frialdad y di un salto sobre el plato de ducha. Pero

    ni el agua fría pudo con la calentura de mi cuerpo. Intenté en todo

    momento evitar tocarme porque no era el momento. Mis hijas llegarían

    pronto y yo todavía tenía que hacer la cena.

    Comencé a mojar todo mi cuerpo desnudo

    cuando el agua comenzó a llegar más templada y a continuación me

    enjaboné con una esponja. Los pezones de mis pechos no podían estar más

    puntiagudos y cuando la esponja los rozaba la sensación era

    indescriptible. Todavía era mayor mi placer cuando la adentraba en mi

    entrepierna y raspaba mi clítoris. Creo que estaba llegando a un punto

    de no retorno y pese a mi postura inicial, iba a caer pronto en la

    tentación.

    Con toda la mampara ya empañada del vaho

    del agua caliente, dirigí con más insistencia la alcachofa de la ducha

    hacia mi entrepierna. Como me gustaba el impacto del agua caliente

    chocando sobre mi coño, tanto que ya imaginaba mis dedos jugando con

    ella.

    Aproveché la mano libre que tenía,

    después de haberme enjabonado con la esponja, para trazar varias

    caricias alrededor de mi pecho y poco a poco, centrarme en mis tetas.

    Uso una 95 de talla de sujetador y la verdad es que estoy orgullosa de

    ellas y a mi marido le gustaban mucho, sobretodo cuando todavía nuestra

    vida sexual era intensa. Acerqué mis dedos pulgar e índice a uno de mis

    pezones y ufff… no podían estar más duros. Comencé a estrujármelo y a

    juguetear con el derecho, al tiempo que cerraba los ojos y unos leves

    jadeos aparecían por mi boca entreabierta. Manoseé mi otro pezón y

    también estaba muy duro y sensible.

    Sin darme cuenta ya me había duchado,

    así que cerré el grifo y coloqué la alcachofa sobre su soporte, no

    porque no quisiese seguir jugando, sino porque quería tener las dos

    manos libres. Quería tocarme los pechos a la vez, como antes me los

    tocaba mi marido y luego me los chupaba con mucha dulzura. En otras

    ocasiones hubiera abandonado la ducha y me hubiera puesto a hacer la

    cena, pero en aquella situación, no pensaba salir sin desfogarme.

    Apoyé mi espalda sobre la pared y

    capturé con las manos bien abiertas mis tetas. Las seguí acariciando con

    mucha lujuria, al mismo tiempo que mis jadeos se acrecentaban y el

    deseo me poseía completamente. Los apretaba y los estrujaba cada vez más

    fuerte como si con ello consiguiera aumentar mi excitación. Y en

    realidad lo conseguía. Estaba tan caliente que hasta empezaba a sudar.

    Ya no podía más. Desplacé mi mano hacia

    abajo y pronto me encontré con mi vello púbico y los labios bien

    mojados. Ahora con una sola mano apretaba mis senos y con la otra,

    acariciaba mis caderas.

    Me dejé caer hasta que me senté en el

    suelo de la ducha y abrí mis piernas lo máximo posible, apoyando mis

    pies sobre los dos extremos diagonales debido a su escasa dimensión del

    plato.

    Mmmm, como excitaba verme espatarrada y

    sedienta de sexo. Incliné mi cabeza hacia atrás, de tal manera que mi

    cabeza quedó apoyada en la pared a través de moño. Proseguí desplegando

    las yemas de los dedos sobre mi zona boscosa y a ejercer una leve

    presión acompañada de movimientos circulares. Por momentos estaba

    alcanzando una fogosidad como hacía tiempo que no había sobrepasado.

    El clítoris también me pedía una

    atención especial. Lo tenía muy caliente y desarrollado, tanto que en

    apenas unas caricias mi cuerpo comenzó a temblar de gusto. Jugueteé con

    él de la misma forma que lo había hecho con cada uno de mis pezones, lo

    apretaba, lo doblaba, lo estrujaba y todo lo que hiciera falta para

    sentirme como una reina fogosa. En ese momento ya mi coño solo me

    suplicaba ser penetrada cuanto antes.

    Adentré con mi dedo índice los labios

    mayores y muy deprisa también los menores, para inmediatamente colarse

    en mi agujero, bastante dilatado ya a esas alturas. El dedo corazón

    también se unió  la fiesta y entró con gran facilidad. Tras los

    iniciales movimientos de mete y saca, comenzaron a venirme las primeras

    convulsiones y los jadeos se acrecentaban aunque intentaba controlarme.

    Tampoco perdía ocasión de aprovechar acariciar entre mis paredes vaginales, entre fuertes movimientos de penetración.

    Mi descontrol se hizo patente cuando los

    gritos ya se escapaban de mi boca sin apenas poder hacer nada por

    evitarlos, mientras que mi mano aceleraba el ritmo de tal manera que mis

    dedos se mojaban cada vez más con mis flujos vaginales y las

    convulsiones hacían ahogarme en mi propio placer.

    De pronto uffff… Me vino una explosión

    en el cuerpo difícilmente describible. Un todo asfixió mi ser. Ya no

    recordaba lo que representaba ese todo. Por fin había llegado al clímax,

    con todo mi cuerpo temblando como si me estuvieran electrocutando.

    Disminuí los movimientos de mis dedos

    como si se me estuvieran agotando las pilas y finalmente me detuve. Ya

    casi sin fuerzas me vi allí en la ducha, toda espatarrada, sudada y

    mojada por mis flujos.

    Quise volver a ducharme, pero apenas

    podía flexionar las rodillas. El orgasmo me había dejado de piedra. De

    repente siento gritos provenientes de la casa.

    -¿Mamá? ¿Mamá? ¿Dónde estás?

    Quise contestar pero no me salía la voz, el placer me había dejado transpuesta.

    -¿Mamá? ¿Mamá?- volví a escuchar.

    -Eeeee… en el baño-alcancé a decir con una voz medio rota.

    Tardé varios minutos más en recuperar la

    respiración y alzarme hasta coger la alcachofa. Me volví a duchar y

    salí enseguida con el albornoz puesto. Crucé el pasillo deprisa y me

    metí en mi habitación. Enseguida abrió la puerta mi hija mayor

    preguntando por la cena, a lo que le respondí que ya iba.

    Allí sola, me quité el albornoz para

    vestirme y pude notar toda mi zona vaginal colorada y algo mojada.

    Parecía mentira pero seguía estando tanto o más caliente que antes. El

    orgasmo no había calmado mi excitación. Pero en fin, me puse la ropa

    interior, el pijama y salí escopetada a hacer la cena. Cuando llegué,

    mis hijas ya estaban haciendo de las suyas por la cocina y yo me puse

    manos a la obra. Se podría decir que me convertía de nuevo en ama de

    casa.

    Todo ello me dio por la noche vueltas en

    la cabeza y lo recordaba agradablemente. Aquel comportamiento que salió

    de mi cuerpo era más bien de una veinteañera y ahí estaba yo, con casi

    48 años, abierta de patas, masturbándome como una loca y corriéndome de

    gusto. Había sentido y experimentado sensaciones que había olvidado por

    completo y que nunca me hubiera imaginado que las volvería a sentir.

    También tenía claro que esta no iba a ser la última vez en que me

    convertiría en una cuarentona caliente. Mis pensamientos poco a poco se

    fueron difuminando y al rato quedé dormida. Ni escuché a mi marido

    volver a casa, pero seguro que fue muy tarde, cansado y sin ganas de

    hacer nada. En fin, todo sigue igual, ¿o no?

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