los amores contrariados
la casa todavía en penumbras
su adversario de ajedrez más compasivo
se había puesto a salvo de los tormentos de la memoria con un sahumerio de cianuro de oro.
el catre de campaña
la cubeta que había servido para vaporizar el veneno
amarrado de la pata del catre
El cuarto sofocante y abigarrado que hacía al mismo tiempo de alcoba y laboratorio, empezaba a iluminarse apenas con el resplandor del amanecer en la ventana abierta
estaban amordazadas con trapos o selladas con cartones negros, y eso aumentaba su densidad opresiva.
Había un mesón atiborrado de frascos y pomos sin rótulos, y dos cubetas de peltre descascarado bajo un foco ordinario cubierto de papel rojo.
pero todo estaba preservado del polvo por una mano diligente
Aunque el aire de la ventana había purificado el ámbito, aún quedaba para quien supiera identificarlo el rescoldo tibio de los amores sin ventura de las almendras amargas.
sin ánimo premonitorio
aquel no era un lugar propicio para morir en gracia de Dios.
Pero con el tiempo terminó por suponer que su desorden obedecía tal vez a una determinación cifrada de la Divina Providencia.
el dispensario municipal
Ambos lo saludaron con una solemnidad que esa vez tenía más de condolencia que de veneración,
El maestro eminente
y luego agarró el borde de la manta con las yemas del índice y el pulgar,
descubrió el cadáver palmo a palmo con una parsimonia sacramental.
las pupilas diáfanas,
el vientre atravesado por una cicatriz antigua cosida con nudos de enfardelar
Su torso y sus brazos tenían una envergadura de galeote por el trabajo de las muletas,
pero sus piernas inermes parecían de huérfano.
su contienda estéril contra la muerte
recobró su prestancia académica
un jubileo oficial de tres días,
Ya me sobrará tiempo para descansar cuando me muera pero esta eventualidad no está todavía en mis proyectos.
un bastón con empuñadura de plata para disimular la incertidumbre de sus pasos
seguía llevando con la compostura de sus años mozos el vestido entero de lino con el chaleco atravesado por la leontina de oro.
La barba de Pasteur, color de nácar, y el cabello del mismo color, muy bien aplanchado y con la raya neta en el centro, eran expresiones fieles de su carácter.
La erosión de la memoria cada vez más inquietante la compensaba hasta donde le era posible con notas escritas de prisa en papelitos sueltos,
otras tantas cosas revueltas en el maletín atiborrado.
el médico más antiguo y esclarecido de la ciudad
el hombre más atildado
Sin embargo, su sapiencia demasiado ostensible y el modo nada ingenuo de manejar el poder de su nombre le habían valido menos afectos de los que merecía.
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